miércoles, 27 de abril de 2022

 


REMINISCENCIAS


Recuesto mi cabeza en tu regazo, acaricias mi cabello como cuando era una niña pequeña. Cierro mis ojos y mi memoria retrocede en el tiempo. Huele a plastilina, crayola a acuarelas. Me veo con mi uniforme que parecía un delantal plisado. Todo blanco, haciendo juego con las mediecitas y aquellos zapatitos de talla infantil, blanqueados con „Griffin White.
Escucho un rumor lejano, como de caballos que trotan en mi dirección, entonces se oye bien claro el coro infantil.
Los caballitos que van por el campo, trotan, trotan, trotan... Y al fondo, el sonido de infinidad de zapatitos golpeando contra el piso, que asemejan el ruido que hacen los caballos en el campo.

Mis ojos fijan su atención en otra dirección, allí las mesas son pequeñas y redondas, pintadas con laca azul cielo, haciendo juego con unas sillas para enanos. Todas tienen una fruta dibujada en el respaldo. En la mía hay una torreja de patilla, dibujada. Estamos sentados en una terraza enorme. A mi lado, aquel niño, como quisiera, ser más grande y más corpulenta que él. Así podría darle su tatequieto y dejaría entonces de robar mi merienda, sin remordimiento.
No me gusta ese niño, algunas veces cuando se altera, se cae al suelo y hace pataletas. Las jardineras, siempre corren y le ponen un pañuelo en la boca. Me asusta verlo, sus ojos se ponen blancos y parece que vomita, pero solo sale su saliva espumosa. Me da algo en el estómago cuando eso sucede. La mayoría de las veces es porque otros niños no se dejan robar la merienda.
Me he quejado cada día con mis padres, por este motivo. Además, las maestras son nalgonas, gordas, viejas y regañonas. No te ayudan, por el contrario, te hacen sentir muy tonto. Creo que cualquiera perdería pronto la paciencia, con esas brujas.

No se parecen, en nada, a las maestras que aparecen en „El Mundo es un Carrusel. Las maestras y jardineras de la tele, son todas lindas, jóvenes y muy finas. El viento juega con sus cabellos y siempre están bien peinadas y arregladas. Y no regañan ni gritan. Siempre sonríen.
Me siento ahora derecha, al lado de mamá. Aún sigo como en trance, recordando cosas y eventos que yo no viví, pero que de alguna forma se grabaron en mi cerebro para toda la eternidad.

Mis padres parece que al fin decidieron que no soy hija de menos madre. Me llevan a un colegio bilingüe, donde asiste mi hermanito menor. Con tan solo cuatro años ya sabe hablar ese idioma tan áspero y difícil, pasa gruñendo, toda la tarde. Le pregunto intrigada que le sucede y me responde:
Nada, solamente debo practicar.
¿Qué te puedo decir?, la verdad ante todo. Odio la escuela, no nací para ir a ese kindergarten ni a ningún otro, donde hay tantas reglas. Nadie quiere o parece entender que soy una niña pequeña y quiero jugar, cantar, pintar, comer y dormir. No me gusta que me ordenen cuando debo sentir deseos de hacer pipí, o cuando debo comer y que está permitido. Recuerdo que mis padres tuvieron que ayudarme a comprender, las reglas de la vida en sociedad.
El tiempo trascurría, algunas veces lento y otras demasiado rápido. Como cada día perdía un diente, lo envolvía en algodón y lo ponía debajo de mi almohada, para que el Ratón Pérez, me dejara dinero a cambio. Fue en ese momento que supe, que algún día sería dueña de mi propio negocio. Sigo sin tener nada.

Me fui acostumbrando, en aquel entonces visitaba el cuarto grado, de educación básica primaria. Hasta que aquel penoso día, llamaron a mi padre, el rector, necesitaba hablar con él sobre mi futuro. Había abofeteado a mi maestro, que además era extranjero, por lo tanto, al año siguiente, debía caminar sobre cáscaras de huevo o se vería en la necesidad de expulsarme del colegio.
Mi padre quiso castigarme y me matriculó en una escuela de monjas. En aquel tiempo, hasta quise casarme con Dios, caminaba con sobrecogimiento, con las manos entrelazadas, como si estuviera orando. Creo que mis progenitores, se reían por debajo de mi actitud. Sin embargo, yo estaba convencida, o eso suponía.
Tan lindas las monjitas, ellas tenían cubierto la mayor parte del cuerpo, pero yo quería saber que guardaban con tanto celo, debajo del velo y del griñón.

Aquella tarde nos dejaron en la azotea del colegio, para pintar las garrochas de la patrulla a la que pertenecíamos. Éramos „Girl- Scouts“ habíamos adoptado el mote de „Las Diablillas. Estábamos entre los once y los trece años, solas allí, a nuestro libre albedrío. Inició Dizzy, con la guerra de pintura. Los uniformes no volvieron a ser los mismos, había pintura regada por cualquier lado menos donde debía. Nos dejaron arrodilladas sobre la brea ardiente, que bajo el sol inclemente, se hacía casi líquida, se pegaba en nuestra piel causando laceraciones y quemaduras.

A la semana siguiente, sería nuestra próxima reunión, íbamos a programar el próximo campamento. Yo vi la oportunidad de desquitarnos lo que aquella vieja, maligna, nos había hecho sufrir.


Fui hasta detrás de la gruta, a la casa del celador, que también era el jardinero. Le pedí la tijera de podar, pues necesitaríamos unas cuantas ramas secas. Aquella solicitud no tenía nada de extraño, porque nuestra patrulla, también hacía pequeñas fogatas, bajo supervisión. Era hora de la siesta, así que para descansar, el señor Pablo, me entregó una tijera para cortar flores, para mí era el equipo ideal. Con el arma oculta, me dirigí a la clausura, me descalcé los mocasines y subí las escaleras en medias. La monja se había quitado la toca y el griñón. Tenía el cabello recogido con un rodete y colgaban unos diez centímetros de cabello. Me acerqué lentamente y de un tajo sin medir las consecuencias, quise cortar la coleta del enemigo, con tan mala suerte que cuando sintió el tirón del cabello abrió los ojos, como despertando de una pesadilla. Quise huir, pero era demasiado tarde, me habían pillado in flagranti – delicto.

Eso fue el último sorbete de la heladera. Me cantaron el „ hasta nunca baby. Hasta allí llegaron mis ganas de ser esposa de Dios. Me fui de aquella escuela, sin tristeza, pues me llevaba un grato recuerdo de mis compañeras. No sabía si las volvería a ver alguna vez, pero mi corazón se llevaba muchos recuerdos atesorados, para siempre. Eso estaba claro.
Entonces ya mi padre cansado de mi indisciplina, me castigó severamente. Me llevó a la escuela pública. Creo que él nunca lo supo, pero aquellos tres años en la escuela del estado, me sirvieron para cambiarme. Aprendí a no temer, me convertí en una persona responsable, fui durante tres años, la más disciplinada, colaboradora, organizadora, algo así como la mujer orquesta, además la mejor alumna de matemáticas. Leí mucho, organizaba concursos inter colegiados, escribía, pintaba, enseñaba a otras. No me obligaban a hacer lo que no me gustaba. Me estaba convirtiendo en mujer.
Al cabo de esos tres felices años, mi padre decidió concederme el perdón y uno de mis regalos en la navidad, fue el recibo de pago de mí matrícula en el colegio del que me había ido en cuarto de elemental. Ese colegio tenía pie de fuerza, me convenía graduarme allí, decía él.
Volví, pero no me sentí bien. No obstante, encontré al mejor profesor de literatura que pueda haber parido la madre tierra, con él aprendí a amarme y a respetarme a mi misma. Él me mostró, que yo podía. Que ni mi condición social, ni mi color chocolate sería alguna vez impedimento para lograr mis propósitos. Cada vez que leo el Cantar de los cantares, recuerdo con mucho cariño a mi querido maestro. "Hijas de Jerusalén, yo soy morena pero hermosa. Soy morena como las carpas de Cedar y de Salmá. No se fijen en el color de mi piel que el sol ha oscurecido."

©María Vives.

Imagen tomada de la Red.





lunes, 25 de abril de 2022

La moniconguita

 

La Moniconguita.

La loca iba gritando, por la calle. Llevaba como vestido un remiendo de mascarillas, de esas que usamos en este tiempo de pandemia. Los muchachos le gritaban y entonces como si le hubiesen dado cuerda empezaba con su letanía:

—Estos pelaos pendejos, me hacen recordar...

Se sentaba en el sardinel y los niños la rodeaban, también se acercaban algunos adultos que reían con sus historias. Los mismos mayores en realidad sabían que la loca, no era tan loca y que lo que decía no era invento. Entonces uno preguntaba, para darle cuerda: — ¿Qué te recuerdan, los muchachos?

—En mis tiempos de escolaridad, contaba la Moniconguita como la llamaban cariñosamente, los vendedores que se apostaban por los lados del edificio Telekom.

—La compañera que tenía más billete, te invitaba un pan de la panadería al frente del colegio, pero te daba un trago de su coca cola, porque no había pa' dos.

Al lunes siguiente oías un concierto de toses, no obstante no nos morimos.

Si alguna vez ibas en la ventanilla del bus de cualquier línea y un hijo de puta, tiraba un escupitajo pa' fuera y el viento le ponía su efecto boomerang, no le caía al tetra mal nacido, no, que va, se te estampillaba a ti en el ojo o el moflete, cerquita de la boca o la nariz. Lo más terrible que te podía pasar, era que te saliera un orzuelo, si era en el ojo, o te despellejabas el labio de tanto restregarte con el pañuelo hasta que llegabas a la casa.

Tu madre completaba la obra con un poco de alcohol al 100% y encima te salía un herpes en la comisura de la boca, donde más duele.

Sin embargo, no nos morimos. Ahora es todo más chiquito, los teléfonos, el pipi del marido y este hijoputa virus. Te cae una chispita de saliva y a la semana estás intubado y tres días más tarde muerto.

Quiero volver al pasado. Saludos, no me paren bolas hoy estoy emputada. Y se levantaba,estirando sus extremidades, para buscar otro sitio y así continuar con sus reflexiones a todo volumen.

©María Vives





En el Colectivo.

 

En el colectivo

Vine al país de los Aztecas, a visitar a Mercedes, una chica que conocí a través de Tindle.

Hoy decidimos irnos de paseo, yo insisto en utilizar el transporte público, porque así conozco más de cerca, a su gente y su cultura. Merce, está reticente, pero al fin logro convencerla, dejamos su coche en un estacionamiento y nos subimos al primer colectivo que vemos.

Vamos entretenidos, ella me va mostrando la ciudad y yo voy filmando todo, dando los nombres para no olvidar, ningún detalle a mi regreso.

Con nosotros viajan, una pareja de enamorados y dos señores mayores. El ómnibus hace un alto y se sube un hombre y me desconcierta, porque se dirige a la mujer, que va con su pareja, gritándole:

— ¡¿Tú, me estás engañando con este vago?! ¿Por esto me has cambiado? Y continúa insultando.

Sin pensarlo, me vuelvo hacia ellos y los grabo. Mercedes me hace ver que es de mala educación y me dice que apague el teléfono, pero está tan interesante que no le hago caso y le digo, que me servirá para escribir algún buen relato. Ella voltea los ojos, algo disgustada. Por mi mente pasa fugaz, la idea del desencanto de la chica que apenas conozco, pero ¿quién podría desperdiciar semejante oportunidad? ¡Yo no!

—Me lo habían dicho y yo no lo quería creer, ¿por qué, dime por qué? La mujer responde.

— No te estoy engañando, tú y yo ya no estamos juntos.

— ¿Cómo que no? ¿Solo porque esta mañana discutimos y te saliste de la casa, enojada?

El amante, alega asiendo la mano de la mujer: — Ella es mía, ¿no lo ves? ¿O eres además de tonto, ciego?

—¡Cállate! Tú no te metas, imbécil. Es mi esposa, contesta el marido.

El rifirrafe continúa un par de kilómetros más. La señora les pide gimoteando, que se calmen.

— Déjenme pensar, ¿no ven que me agobian?— Y cubre su cara con las manos. Yo, creo que es puro plante.

El marido le pide que vuelva con él, que no acaben con su relación y bla, bla, bla...

En ese instante, Mercedes intenta levantarse y me hala por la americana diciendo: —Vamos Óscar, nos debemos bajar aquí.

La retengo y le murmuro al oído: — No, no, no. Espera, ella se va a decidir ahora. No podemos perdernos el momento culminante. Nos bajamos cuando el rollo acabe, no seas malita.

—Bueno tú haz lo que quieras, pero yo no voy a quedarme a mirar como estos se parten la cara por esta. Y se apea dejándome ahí.

— Para, Merce espera—digo en voz alta, sin importarme que me escuchen —Tengo que saber el final, me vuelvo hacia la mujer y le pregunto: — ¿Con cuál se va a quedar, ? Dígame por favor.

Desde abajo, insisto dando una palmada a la ventana.
— Señora, señora ¿a quién va a elegir? No me deje con esta incertidumbre, con estas ganas de saber el final.

Son las tres de la mañana, Mercedes duerme a mi lado y yo insomne sigo reflexionando, ¿en qué terminaría, el asunto del ómnibus, a cuál de los dos habrá elegido la mujer?

©María Vives.

Imagen tomada de la Red.



 

Visita al Camposanto.

Josefine, quedó muy intrigada después de la llamada que le hiciera Margareth la noche anterior. Así es que, para contarle todo vendrá a desayunar hoy, casualmente su sobrino Oliver, está hoy en casa. El la ayuda a organizar la terraza, donde estarán más cómodos.

En realidad Oliver no es sobrino de Josefine, es un estudiante que vive pensionado en casa de ella y llama a las dos mujeres tías.

En ese momento, suena el timbre y Josefine se apresura a abrir. Margareth, entra como un torbellino, hablando sin parar.
Mientras el joven, se encarga de preparar y servirles el café a las mujeres y para él.
Cuando llega a la terraza ya Margareth, ha empezado a contarle a Josefine, lo sucedido.

— Fue tremendo, comentaba Margareth
— Pero que sucedió, preguntó Oliver.
— Ay mijito, es que ayer tenía cita para mis terapias, como de costumbre, pero antes debía pasar por la consulta de mi médico, para recoger las recetas de mis medicamentos.
— Pero ya conoces a tu tía, terció Josefine.
— Sí, para resumir; con la llovedera, me tuve que ir en bus, ya sabes tengo mi„carcacha“ en el taller.
Ya casi llegando recibí un mensaje donde me decía que la cita del terapeuta,se había cancelado.
—Pero eso no es normal—intervino Oliver. ¿Por qué cancelan una cita a última hora? Tendrás que poner una queja tía Mar.
—Bueno, el asunto es que, después de despedirme de mi doctor, donde por cierto, me he podido herniar, por aguantar una carcajada, aproveché, para visitar a Bernd, así que lo llamé para ir al camposanto y llevarle unas flores a la tumba de su madre. Él se alegró, así que quedamos.
— Que bien, espero que él está bien. Dijo Josefine, siempre me ha gustado. Esos ojos azules me matan. Aunque me pregunto ¿por qué nunca se casó? Será que es… Ya sabes.

Oliver se revolvió incómodo en el sillón, él también conocía al tío Bernd y no le parecía. Aunque a veces se lo quedaba mirando de manera extraña. Entonces un poco pensativo, por lo que acababa de decir la tía Marga preguntó, como al descuido, para no darle más cuerda de la debida a la tía, pues él sabía que ella solo necesitaba un tris, para no soltar la palabra en el resto del día.
—¿Qué fue eso de la carcajada, donde tu médico, tía Mar?
—No ha sido tan grave, únicamente que me ha sorprendido, porque no creo que sepa quién es Picasso, pero eso se los cuento más tarde. Primero lo que me pasó, para por fin, poder encontrarme con Bernd.
—Lo anoto en la servilleta, porque será otra de tus anécdotas, para morir de risa. Apuntó Josefine. Margareth le echó una de sus miradas.
— Bueno sigo, me fui en el primer bus que pasó, pensando que iba para el pueblo donde vive Bernd. Efectivamente, me llevó hasta allí, pero me dejó en el lado opuesto de la ciudad, una parte que yo no conocía, en una estación a la que nunca había ido.
— Bueno y entonces, ¿qué hiciste? —Preguntaron al unísono los otros.
— ¿Qué voy a haber hecho?, nada ya estaba a punto de llorar, pero me acerqué a un bus y le pregunté al conductor. ¿Cómo lograría llegar al Camposanto? Él me respondió, que debía tomar el número 28, miré en el tablero de información y me tranquilizó ver que faltaban solo siete minutos para que el bendito bus, llegara.
— Bueno, menos mal. Entonces de ahí te fuiste a ver al tío Bernd, no fue tan terrible después de todo.
— Nooo mijito, ahí fue donde empezó es desastre, llega el bus, me subo, salimos de la estación y se manda San Peter a hacer pipí sobre la ciudad. Me fijo que el bus, cruza a la derecha y pensé que en algún momento tomaría la dirección correcta. Después de cinco paradas, me levanto y pregunto en voz alta, ¿a dónde nos dirigimos? Alguien con voz ahogada por la máscara, responde que para otra ciudad.
Yo, totalmente fuera de mí, me levanto y corro hasta donde el conductor y le digo con el mismo tono de antes: ¿Puede ser posible que usted no va en dirección al camposanto? ¡Por favor, detenga el autobús, por favor, debo bajarme aquí! Cuando de repente escucho un coro, no precisamente celestial. Eran todos los pasajeros que como si estuvieran de acuerdo, decían a un ritmo: Nein, nein, nein… Das geht nicht!!!*1
— ¡Oh Dios mío! Tante*2 Marga, replica Oliver y comienzan a reír Josefine y él.

—El conductor me deja en la siguiente parada, después de recorrer, casi dos kilómetros. Me dice señalando un lugar solitario, sin cabina donde cobijarme.
— Tiene que esperar el bus número 28, que viene en la dirección contraria, no demora en pasar. Está usted de suerte.
—Mientras tanto Bernd, llama todo preocupado, no me queda más opción que disculparme.
—Marga, puedo recogerte, ¿dónde te encuentras? Envíame tu ubicación.
—Como soy nula con eso de la tecnología, tome una foto del sitio y la envié. Claro no era lo que él esperaba.
— Marga, ve a tu aplicación de Google Map y envíame tu ubicación. Me envió un mensaje.
—Pero ya te la he enviado, ¿qué es eso de Google Map?. Mira no te preocupes ya va a llegar el bus, o eso me ha dicho el conductor del bus, del que me acabo de bajar.
—¡Ayyy, Margaretha!, de todas las tragedias de tu vida esta se lleva el premio. Me imagino el cabreo que debía tener, nuestro amigo Bernd.
— Pues no,mira que ahora es que falta. Ya me conocen ustedes, me subo al bus, empapada hasta los calzones y doy gracias que no utilizo Pampers para la incontinencia, si no te imaginas no habría podido levantar la pierna para subir al bus.
Oliver no aguanta la risa, se aprieta el estómago, porque de tanto reír, ya le duele. Las ocurrencias de la tía Margareth, lo hacen cambiar de colores, pero también lleva una vida nada aburrida la tía. Como quisiera que ella fuera su tía de verdad o su madre.
— Para colmo, —continúa Margareth. Ya en el bus, voy a buscar el puesto destinado para los ancianos y había cuatro roros comodamente sentados cagados de la risa, con el genio que traía, los lavé, los planché y los colgué. Los pobres salieron de las asientos como perritos apaleados.
— Sí, ahí te doy la razón,—apostilló Josefine, no es normal que siempre están ellos sentados y los ancianos de pie. Bueno tengo que decir, lo digo por ti, que eres la más vieja de las dos.

A esta altura, el pobre Oliver, ya no aguantaba más la risa y le sobrevino un hipo. Cuando medio pudo, preguntó:
— Anda tía y ¿al fin qué? ¿Lograste reunirte con el tío Bernd?
— No, pues esto fue lo que coronó la noche. Llego a la estación donde me debía estar esperando Bernd y como ustedes saben además de sorda soy ciega. Yo miraba a la derecha, a la izquierda y no veía a Bernd, ni su coche.
—¿Se aburrió de esperarte?, acotó Josefine. Yo también me habría ido. Dijo soltando una de sus típicas carcajadas.
— Ya sabes que él está hecho de otra plastilina mija, nada de compararte con esta alma de Dios.
— ¿Y entonces, si te esperó tía?
— Si mijo, yo estaba mirándolo, pero no lo veía, porque traía muletas. La verdad me sorprendió y se me subió el color morado de la vergüenza. Le pedí disculpas, de verdad, me sentí muy mal.
— Será con el único, conmigo no te da vergüenza nada, hasta dejarme en la madrugada en el ante jardín de tu casa. O quedarte dormida mientras telefoneamos.
— Deja de ser tan majadera Josefine, ¿cómo quieres que no me duerma, si me llamas a media noche, para que te haga compañía mientras conduces trescientos kilómetros hasta tu casa?
— En fin fueron al camposanto? Preguntó ya casi seria, su amiga.
— Pues no, ya hacía cosa de una hora habían cerrado. Así que a Bernd se le ocurrió, llevarme a su casa, para secarme y beber algo caliente. Yo quería evitarlo, porque sabes que su gato me odia y yo tampoco es que le quiera mucho.
Al fin fuimos allí, medio me sequé y no quise beber nada, además don Gato, se subió en la mesa enfrente mío y se puso en posición de mandarme el chorro directo a la cara.
Menos mal en ese momento apareció su hermano, de Bernd, no del gato y yo, aproveché para levantarme y evitar así, que don Gato me meara la cara.

Nos saludamos, yo aproveché para pedir un taxi, más Bernd se ofreció llevarme, sin aceptar negativas. Estuvimos charlando un rato más.

Acto seguido, Bernd me llevó a casa, con la promesa de volverlo a visitar pronto. Supongo que podrá esperar hasta la primavera, así podrían venir ustedes conmigo. Seguro pasaremos una tarde muy divertida.

1*No, no, no... ¡¡¡Eso no funciona!!!
2* Tía
©María Vives.
Puede ser una ilustración de una o varias personas y texto que dice "dreamrtime / dreamstime.com 129113810 Studiostoks"

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Mi Barrio mi gente.

 MI BARRIO MI GENTE.

Llevo cuarenta años en este país, pero recuerdo bien el sector donde vivía en Colombia, en el otro extremo del mundo. Vengo de "La puerta de Oro," es una ciudad hermosa, en la costa Norte.
Hace cincuenta y siete años llegamos a vivir en ese barrio, las casas eran de tres habitaciones y mucho terreno para seguir construyendo. Fueron edificadas por el estado, favoreciendo a los maestros que pudieran tener acceso a una vivienda digna.
En aquel entonces, ya existían los políticos ladrones y corruptos, pero aún no eran descarados como hoy. ¿O será, porque era una niña de escasos años, no sabía siquiera que significaba la palabra?
El hecho es que del lado donde muere el sol están las casas de los maestros y en la acera de enfrente, para los empleados del sector financiero. Nuestras viviendas estaban en obra negra.
— Tendremos que hacerlo despacio dijo mi padre. Y así lo hicieron todos. Unos, más rápido que los otros. Hoy día esos escasos doscientos metros cuadrados se convirtieron en seiscientos, y todavía quedó espacio suficiente, para jardín anterior y posterior. En casi todos los frentes, había un columpio, o un sube y baja, donde se divertían los pequeños.
Cada dueño de casa, debía sembrar por lo menos dos árboles para la sombra y refrescar el ambiente. El barrio recibió el nombre de Los Educadores.
Éramos felices, chicos y grandes, a pesar de la obligación de los mayores, con el banco. Teníamos casa propia.
Las construcciones cambiaron las fachadas de las viviendas, algunas le sumaron un segundo piso, para así tener como pagar la deuda, sin preocupaciones.
Empezaron a llegar, los santandereanos, los antioqueños y pusieron sus tiendas, que eran grandes y bien surtidas, entonces les llamaron supermercados. Muchos vecinos tenían una carta de crédito que les concedía el dueño del abasto, con la confianza de que les pagaría al final del mes. Dicha tarjeta en realidad era un pedazo de cartón donde el tendero anotaba día a día, lo que consumía el cliente, la misma cantidad la escribía en un cuaderno, bajo el nombre del deudor. Cada uno tenía una página con su nombre. Si el vecino no pagaba a tiempo, ya no le daban más créditos.
Era algo que nos llamaba la atención a los niños, de tal manera que jugábamos al mercadillo, ahí nacieron algunos administradores de empresas y economistas.
Cuando llegamos a aquel barrio, aún estaban construyendo, así que no era raro recibir la visita de una boa o un perro salvaje, que en realidad eran zorros. Los muchachos se iban de cacería, por los montes aledaños. Traían trofeos, guacamayos, ardillas, de tal manera que en cada casa había un animal exótico.
Teníamos un par de salas de belleza, barbería para los señores, dos escuelas una de niñas y otra de varones. También se construyó un puesto de salud, aunque algo más arriba en los límites con otro barrio había un hospital del estado.
La iglesia la fueron construyendo despacio los buenos samaritanos.
Las vías estuvieron sin asfalto o pavimento, durante décadas. Los taxis no querían entrar a las calles, por miedo a que se rompiera un amortiguador. Pero eso sí, no faltaba el campo de fútbol, semillero para el equipo de la ciudad. Bueno no exageremos, ninguno fue futbolista. Pero se divertían, hasta tuvimos uno femenino.
Cuando entré a estudiar en la universidad, me hice amiga de un político que era mi profesor y le dije: — Te haré campaña para las próximas elecciones, si haces que pavimenten la calle de mi casa. No sé que santo me hizo el milagro, pero el hombre dejó adoquinar todo el barrio y no creo que alguien le haya dado su voto. Hoy le ruego a los santos que le cuiden allá arriba, porque en mi concepto, se había ganado un pedacito de cielo, brille para él la luz eterna, amén.
En la época de navidad, la junta comunal, organizaba un festín, con carrusel que montaban en la cancha de fútbol, una vara de premios, visita a los pesebres del sector, procesión de la virgen, el 8 de diciembre. Era todo un evento, que causaba revuelo hasta en los barrios aledaños.
En los carnavales, fiesta bandera de Barranquilla, también teníamos un salón de baile, que se hizo famoso, porque, llegaron a presentarse orquestas, como el Grupo Niche, Roberto Angleró, La Solución y otras más que ya hoy no recuerdo.
Con los años, muchos vecinos se fueron a barrios más al norte de la ciudad, pero nosotros nos quedamos.
Mi padre murió, mi hermano menor también, mi madre es el fuerte roble que, hoy con su cabecita de algodón sigue en pie. Ya su mente no es lo que fue, pero continúa siendo la querida "seño Carmen."
A estas alturas después de más de cinco décadas, ha llegado gente nueva, a la vecindad, que se amoldan al barrio y a sus habitantes fundadores y nacen otras amistades.
©María Vives.

 

Zum Geburtstag alles Liebe

Hoy le rindo homenaje a un personaje, muy especial.

Se parece a aquel, que a la escuela a todos nos acompañó.

¡Sin enredos, por favor!

Bueno, debo confesar, que no es precisamente él, pero gran parecido sí que ha de tener.

Tanto es así, que yo con mucho cariño así lo nombré. Es su nombre de pila como el del autor… En un lugar de la Mancha…
De formas amables y caballerosas y también lo veo de cuando en cuando luchar contra los gigantes, siendo estos, el sueño y el desvelo, los escritos y la poesía.

Es un ducho en estas lides, en la gramática y la ortografía, y en la palabra un noble, con imaginación desbordante.
De amistad sincera y de charla amena. Este caballero andante de letras y notas, sí, sí, sí de notas, leen ustedes bien, me refiero a la buena música.

Amante de Alba, aquella de gran señorío, que coqueta cada día le saluda y le besa, pues sabe que en su mesa con algo de beber la espera, ya un Té, un humeante café o lo que ella guste.
Mi querido don Quijote, hoy te vengo a saludar, cargado mi corazón de buenos deseos. Que tu cumpleaños sea el mejor y que Dios nos permita acompañarte por muchos años más.
Te dejo un bosquejo, de aquel retrato tuyo que me llevó a darte este mote con cariño.
Feliz cumpleaños Miguel Gomez.

©María Vives.

Bosquejo a lápiz 

©María Vives.

 

La fuerza del poder

Bayaceto, se paseaba de un lado a otro preocupado. Hacía tiempo que los Jenízaros, le exigían luchar. Ahora estaban en pie de una revolución, él sabía que deberían haber partido después de la primavera hacía Hungría, pero ocurrieron los trágicos sucesos, donde murió su hijo Mustafá, esto lo sumió en la mayor de las tristezas.

Intentaba recobrar el tiempo perdido, por eso quería hablar con Ibrahim , su Visir.

—Majestad, ha llegado información desde Hungría, no es nada halagadora— Dijo entregándole los papiros, y que constatara la dificultad. —He ido yo mismo al cuartel de los Jenízaros, para que se preparen. Estaban jubilosos porque no habría motivo de protesta. Considero que debemos partir lo más pronto posible, antes de que sean ellos los que nos ataquen.

—Estoy de acuerdo, que haría sin tu colaboración, tengo que salir de esta pesadilla en la que me sumí al morir mi hijo.

— Así es mi Sultán, debe reponerse, ya es tiempo.

—Vamos acompáñame, hablaremos con la Guardia Real, deberán preparar y elaborar un plan, para que la seguridad esté garantizada en nuestra ausencia. Ellos quedaban encargados en el palacio, tenían el deber de proteger a la familia del sultán. Subieron con los guardias, hasta las seis atalayas. Estas estaban coronadas por el almenaje de esos sobresalían gárgolas con las enormes fauces abiertas, por estos conductos correría el aceite hirviendo en caso de un intento de toma al palacio.

Tendrían que preparar los hornos. Iniciaron la campaña el mes siguiente, era un poco más tarde de lo indicado, pero era lo mejor, no había alternativa. Para llegar hasta la fortaleza de los húngaros, debían atravesar el vasto bosque, cercano a Eger.

El sultán designó a seis hombres, para que determinaran el límite y así entrar en esa zona del norte húngaro. De tal manera, evitarían las cuevas de estalactitas y estalagmitas de Aggtelek, donde habían asesinado a su hijo, y no quería volver a transitar por ahí. Corría el mes de noviembre y nevaba copiosamente, sobre los campos yertos.

Los hombres marchaban ateridos por el viento frío, pero nada los amilanaba. Esta vez iban a acabar con esos malditos, ahora ya no habría ningún trueque. Querían vengar la muerte del príncipe. Tenían un plan que no le daría oportunidad a estos bárbaros, esta vez no tendrían escapatoria.

A los dueños del mundo, al imperio más poderoso, le esperaba una sorpresa y no era grata.

©María Vives
Imagen tomada de la red.

  REMINISCENCIAS Recuesto mi cabeza en tu regazo, acaricias mi cabello como cuando era una niña pequeña. Cierro mis ojos y mi memoria retroc...