lunes, 25 de abril de 2022

Mi Barrio mi gente.

 MI BARRIO MI GENTE.

Llevo cuarenta años en este país, pero recuerdo bien el sector donde vivía en Colombia, en el otro extremo del mundo. Vengo de "La puerta de Oro," es una ciudad hermosa, en la costa Norte.
Hace cincuenta y siete años llegamos a vivir en ese barrio, las casas eran de tres habitaciones y mucho terreno para seguir construyendo. Fueron edificadas por el estado, favoreciendo a los maestros que pudieran tener acceso a una vivienda digna.
En aquel entonces, ya existían los políticos ladrones y corruptos, pero aún no eran descarados como hoy. ¿O será, porque era una niña de escasos años, no sabía siquiera que significaba la palabra?
El hecho es que del lado donde muere el sol están las casas de los maestros y en la acera de enfrente, para los empleados del sector financiero. Nuestras viviendas estaban en obra negra.
— Tendremos que hacerlo despacio dijo mi padre. Y así lo hicieron todos. Unos, más rápido que los otros. Hoy día esos escasos doscientos metros cuadrados se convirtieron en seiscientos, y todavía quedó espacio suficiente, para jardín anterior y posterior. En casi todos los frentes, había un columpio, o un sube y baja, donde se divertían los pequeños.
Cada dueño de casa, debía sembrar por lo menos dos árboles para la sombra y refrescar el ambiente. El barrio recibió el nombre de Los Educadores.
Éramos felices, chicos y grandes, a pesar de la obligación de los mayores, con el banco. Teníamos casa propia.
Las construcciones cambiaron las fachadas de las viviendas, algunas le sumaron un segundo piso, para así tener como pagar la deuda, sin preocupaciones.
Empezaron a llegar, los santandereanos, los antioqueños y pusieron sus tiendas, que eran grandes y bien surtidas, entonces les llamaron supermercados. Muchos vecinos tenían una carta de crédito que les concedía el dueño del abasto, con la confianza de que les pagaría al final del mes. Dicha tarjeta en realidad era un pedazo de cartón donde el tendero anotaba día a día, lo que consumía el cliente, la misma cantidad la escribía en un cuaderno, bajo el nombre del deudor. Cada uno tenía una página con su nombre. Si el vecino no pagaba a tiempo, ya no le daban más créditos.
Era algo que nos llamaba la atención a los niños, de tal manera que jugábamos al mercadillo, ahí nacieron algunos administradores de empresas y economistas.
Cuando llegamos a aquel barrio, aún estaban construyendo, así que no era raro recibir la visita de una boa o un perro salvaje, que en realidad eran zorros. Los muchachos se iban de cacería, por los montes aledaños. Traían trofeos, guacamayos, ardillas, de tal manera que en cada casa había un animal exótico.
Teníamos un par de salas de belleza, barbería para los señores, dos escuelas una de niñas y otra de varones. También se construyó un puesto de salud, aunque algo más arriba en los límites con otro barrio había un hospital del estado.
La iglesia la fueron construyendo despacio los buenos samaritanos.
Las vías estuvieron sin asfalto o pavimento, durante décadas. Los taxis no querían entrar a las calles, por miedo a que se rompiera un amortiguador. Pero eso sí, no faltaba el campo de fútbol, semillero para el equipo de la ciudad. Bueno no exageremos, ninguno fue futbolista. Pero se divertían, hasta tuvimos uno femenino.
Cuando entré a estudiar en la universidad, me hice amiga de un político que era mi profesor y le dije: — Te haré campaña para las próximas elecciones, si haces que pavimenten la calle de mi casa. No sé que santo me hizo el milagro, pero el hombre dejó adoquinar todo el barrio y no creo que alguien le haya dado su voto. Hoy le ruego a los santos que le cuiden allá arriba, porque en mi concepto, se había ganado un pedacito de cielo, brille para él la luz eterna, amén.
En la época de navidad, la junta comunal, organizaba un festín, con carrusel que montaban en la cancha de fútbol, una vara de premios, visita a los pesebres del sector, procesión de la virgen, el 8 de diciembre. Era todo un evento, que causaba revuelo hasta en los barrios aledaños.
En los carnavales, fiesta bandera de Barranquilla, también teníamos un salón de baile, que se hizo famoso, porque, llegaron a presentarse orquestas, como el Grupo Niche, Roberto Angleró, La Solución y otras más que ya hoy no recuerdo.
Con los años, muchos vecinos se fueron a barrios más al norte de la ciudad, pero nosotros nos quedamos.
Mi padre murió, mi hermano menor también, mi madre es el fuerte roble que, hoy con su cabecita de algodón sigue en pie. Ya su mente no es lo que fue, pero continúa siendo la querida "seño Carmen."
A estas alturas después de más de cinco décadas, ha llegado gente nueva, a la vecindad, que se amoldan al barrio y a sus habitantes fundadores y nacen otras amistades.
©María Vives.

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