martes, 9 de febrero de 2021

                                    

                           Acryl sobre lienzo 60X40 2015 M. Vives            


                                 EL ADÁN

El hombre vivía solo, no recuerdo si tenía mascota, pero ni mujer, ni hijos, a decir verdad no le conocía familia. Siempre iba al kiosco a comprar su tabaco, eran unos tabacos de esos gordos, con un olor horrible, pero que a él parecían deleitarle. Tengo que decir que no era un hombre feo, tenía facciones finas de piel blanca, de esa que se pone roja con el sol, era peludo lo que me hacía pensar que era de origen moro o griego o quizá ibérico, en fin, era esto para la vista... Desagradable, lo de peludo, digo. Tenía un olor de esos que te pueden dejar frito y por favor que no sintiera yo su aliento, oh santo padre, salía de su boca un olor a poceta que no hay manera de describirlo, solo diciendo … ¡Mierda!
Bueno, llegó un día que me tocó acercarme a su casa pera entregar un paquete que había llegado por correo y como el hombre, a quién llamaré Pertúz, no estaba, el cartero lo dejó en mi kiosco.
Llegando a su casa, no había alcanzado a tocar cuando se abre la puerta y aparece el sujeto, me mira y me dice: 

— Anda chico, que lo que traes es para mí. Con una sonrisa que dejaba ver los dientes llenos de sarro, como si no se los hubiese lavado en meses. Yo que soy el típico pueblerino, alargué mi ojo para dentro de la casa, así como de soslayo y que impresión me he llevado. ¿Han oído ustedes alguna vez sobre el síndrome de Diógenes? Pues, estoy convencido de que este hombre lo sufre. Lo que alcancé a ver era tremendo, bolsas, periódicos, botas sucias de lodo, ropa regada por doquier y toda clase de chécheres indescriptibles. Yo estaba tan anonadado mirando todo ese reguero de cosas, que no oía que el hombre me hablaba, él sentado en un banco de cemento que estaba adosado a la entrada de su casa, me decía: 

— Esto que me traes, lo envía alguien a quien quiero, pero la perdí por pendejo. Mientras, iba desgarrando la envoltura del paquete, al fin lo que yo pensaba que era una caja gigante de chocolatinas, era un cuadro, un cuadro muy bonito, en él se veía una pareja que caminaban, tomados de la mano por la orilla de una playa y un cielo adornado por una luna plateada. Luna llena, pensé. Sin dejar que el hombre siguiera abriendo su corazón, más por pesar y asco, que por falta de ganas de saber más, me despedí rápidamente y subí en mi coche y desaparecí. Pero tenía esa espina que te pincha para investigar más a fondo. Solo que no quería estar sentado al lado del señor Pertúz para no tener que sentir su tufo producto del tabaco y seguramente algún ron barato o quién sabe que menjurje bebía aquel hombre.


Se dio un día que pasando por la panadería de la urbanización, me llama la panadera para que, le recibiera un paquete que debía llegar al otro día, porque ella debía ir a la reunión anual de la lucha contra el cáncer. Y yo, aprovechando la gabela, le pregunté como al descuido, si ella conocía bien al señor Pertúz.
Celia, que así se llamaba la panadera, me hizo una seña de confidencia entonces se acercó mucho a mí, con ese típico gesto de aquellas señoras de vecindario que se conocen la vida del prójimo al derecho y al revés y empezó a hablar en susurros …
—Yo no sé si debo contarte esto Plácido, dijo Celia entrecerrando los ojos y haciendo un mohín con la nariz y la boca.
— Ese pobre hombre ha perdido a la única mujer que de verdad lo amó, ella es una mujer muy culta, elegante y atractiva, una profesional con buena posición económica, que venía de uno de esos países tan avanzados, había conocido al señor Pertúz en una feria y se había enamorado perdidamente de él. Yo la interrumpí con mirada incrédula y le dije:

Pero como puede ser que una mujer como la que me describe, se pudiese enamorar de ...«Eso»
—No Plácido, atajó Celia, el señor Pertúz no fue siempre … «Eso»
-—Él no era adinerado, ni mucho menos, pero vivía bien, siempre bien puesto, iba siempre a la moda, tenía un coche normal, pero sabía a qué vara agarrarse para tenerlo todo, él había aprendido el oficio de albañil, pero con un ego más grande que un centro comercial, aquí entre nos, creo que era narcisto, ya sabes esos que están enamorados de sí mismos, él se creía un Adonis y la verdad era apuesto, pero no para tanto.

Naricisista dirá usted, yo no podía dar crédito a lo que me contaba la panadera.
— Sí, eso. Pues mira antes de la joven Grace, él había vivido a costas de una mujer de avanzada edad, como «edecán» y además tiene varios hijos con diferentes mujeres. No me pongas esos ojos de plato, que todo lo que te estoy diciendo es la pura verdad y si no me crees no te cuento más. Bien puedes ir a la parroquia, el curita te confirmará lo que te digo.
— No Celia, es que… Es que, bueno... Me parece una fantasía imaginar que el señor Pertúz además de guapo y Narciso encima va a ser gigoló. Pero siga, mejor que usted me cuente, al curita no le caigo bien, dice que soy entrépito.
—Mmm… Dijo pensativa Celia — Yo también lo creo, pero bueno, en realidad no eres de por aquí y es bueno que los nuevos conozcan a los otros parroquianos, así que si no me interrumpes te termino de contar la historia del señor Pertúz.
Y aclarándose la garganta continuó:— Grace venía frecuentemente y él a su vez iba a visitarla a su país, todo costeado por ella, hasta fueron a África y también estuvieron en Oriente, no sé bien en que país, pero él volvía de cada viaje más henchido de gloria, se ufanaba en la cafetería, de su ropa costosa, de que vivía en su palacete, en fin ya sabes beber el vino más caro comer exquisitamente y regodearse por vivir en un palacete.
Porque has de saber que, esa casa donde vive, es herencia de sus abuelos, y la tiene llena de trastos antiguos sin ningún valor, pero él siempre se vanagloriaba de sus «riquezas».

Sí, hoy he visto algo de sus tesoros, dije volteando los ojos.

Los vecinos siempre se burlaban de él a sus espaldas y adoraban a la joven Grace, porque era dulce, amable atenta con los ancianos sobre todo. Tanto así, que organizó una tarde de lectura para las ancianas, les contaba historias, les enseñaba manualidades, en fin se hizo querer de todos los parroquianos. Cuando el señor Pertúz se dio cuenta de que él estaba perdiendo popularidad, le entraron celos de su amada y cuando ella estaba aquí, la quería mantener encerrada, ya no permitía siquiera que ella encendiera las luces, según él, porque eso era mucho despilfarro, además, la trataba casi como a una prisionera. Al principio ella aceptaba paciente la imponencia del hombre, pensaba que era normal que le dieran celos, porque ella venía a pasar con él no con el resto de vecinos, pero cada vez fue de mal en peor.

Pobre mujer— Interrumpí y la insté a continuar.

—Sí, pobre. Un día en que la golpeó tanto, que ella quedó inconsciente y él se asustó mucho, así que llamó a los paramédicos y antes que ella despertara él contó que ella era muy traste y medio cegatosa y había rodado por las escaleras. La joven estuvo casi un mes en el hospital, tuvieron que operarle un brazo roto, que al fracturarse le cortó la carne. Dos días antes de salir del hospital, la vino a ver la inspectora de policía y Grace contó la verdad, le dijo a la inspectora que ella perdonaba al señor Pertúz, pero que no quería volver a esa casa, que por favor la ayudara a salir del hospital directo al aeropuerto porque no quería saber más de este pobre hombre. Que ella pensaba que tenía un problema mental, pero que ella a pesar de amarlo no se sentía con ánimo ni fuerzas para ayudarlo.

El resto de esta historia son los cabos que he imaginado e hilvanado. Ya en el avión Grace, sentada al lado de la ventana, miraba como desaparecía el gran Río Magdalena y se quedó dormida.

Como todo en la vida se sabe, esta historia se filtró, así que a partir de ahí el señor Pertúz fue la burla directa de los vecinos ya no lo hacían a sus espaldas y él dejó de asearse, de acicalarse y se dedicó a beber como un bucanero y fumar como una chimenea vieja, huele muy mal y ya la gente lo que siente por él es lástima.
No lo castigaron porque la joven Grace no quiso interponer demanda alguna. Él sigue recogiendo basura y la amontona en lo poco que queda de su «palacete». Se convirtió en un Adán.

 ©María Vives.

                                               

                          

 

                                                    *Imagen tomada de la red.
                    

                        AL OTRO LADO


Margo y Paco, se sentaron a tomar el sol, quedaron casi enseguida adormilados, mientras Lu y Xena corrían gritando y riendo, de un lado a otro, por la playa, con el Papalote con forma de gavilán.
Xena llegó gritando y llorando:
— Mamá, papá. Lu se fue por el aire.
Se levantaron al tiempo, como impulsados por un resorte o por el terror.
— ¿Dónde está tu hermano Xena? La niña ya corría con gran ventaja, delante de ellos señalando un punto en el horizonte.
Lo último que escucharon gritar a su hija fue:
— Mami, papi; Lu se fue por aquíííí…
© María Vives
                               


  REMINISCENCIAS Recuesto mi cabeza en tu regazo, acaricias mi cabello como cuando era una niña pequeña. Cierro mis ojos y mi memoria retroc...