domingo, 30 de mayo de 2021

     Acryl/ lienzo 60 X 80 M. Vives

            Mi Bisabuelo el holandés                            

 Llegué a la casa de la esquina, a la panadería del holandés, que también fungía como zapatería, para aquel entonces, ya la calle se llamaba; Calle Almendra. La panadería estaba en la parte delantera del terreno y para llegar a la zapatería, tenía que ir por el zaguán y atravesar el patio de los guayabos. Te estoy hablando del barrio San Roque, en Barranquilla.
Llegabas donde Enrique Everzt, a comprar ese pan que guardaba el aroma de su Europa, dejada atrás por culpa del amor; del amor que encontró en Barranquilla. Fue la panadería más cotizada hasta muchos años más tarde.
Yo compraba ahí, cada mañana: el tijgerbrood para el desayuno, una bolsa de Speculaas para tomar el café a las tres de la tarde y unos cuantos Olliebollen con canela, mamá me daba un billete de tres pesos y todavía me quedaba un montón de dinero después de pagar. Yo me quedaba con las monedas de dos centavos y medio, para mi hucha.
Enrique, que en realidad se llamaba Hendrik Everzt, llegó en 1899, en el acorazado estadounidense USS Wisconsin, que sirvió de sede para las negociaciones de paz, durante la guerra de los mil días. No me preguntes que hacía un Holandés en un barco gringo, creo que fue el destino o eso que llaman karma. Enrique, marinero de piel curtida por el sol y la sal marina, con unos ojos del color del mar y su negro cabello, se enamoró de Isabel a quién le cambió el nombre, llamándola Elizabeth.
Ella había quedado deslumbrada cuando lo vio en aquella reunión, vestido con su uniforme de oficial de la Casa de Orange - Nassau, representando a la reina Guillermina, quién apenas hacía 9 años había iniciado su reinado. No había joven holandés que no quisiera pertenecer a las tropas de la primera reina, mujer, que tenía Holanda. Enrique había sido afortunado, al haber podido entrar en la milicia y por su inteligencia y sagacidad, llegó a ser un oficial de renombre.
Él debía volver a su país cuando el Acorazado terminara con su cometido en las costas Colombianas, pero Hendrik decidió quedarse. Estaba perdidamente enamorado de aquella hermosa criolla, de modales delicados y tan sensual al hablar, claro era una barranquillera de pura cepa, tenía ese no sé que, que hace enamorar y enloquecer a quién la ve, ese don, con el que nace la mujer de Barranquilla...
En 1904, después de escasos cinco años de noviazgo Isabel y Hendrik, reciben la bendición de los padres de ella para contraer matrimonio. Hasta entonces los padres de Isabel, habían estado renuentes a la idea de una boda, porque consideraban que los jóvenes deberían pasar unos años más de noviazgo para conocerse realmente, sin embargo ni el uno ni el otro podían seguir viviendo separados, se amaron desde el momento en que se vieron por primera vez, La boda se realizó un día de junio a las 12:00 del día en la Parroquia de San Nicolás de Tolentino.
El día de la boda Isabel, parecía una princesa de un cuento de hadas, los pajes hicieron un camino de pétalos de rosas blancas flores predilectas de la novia, cuando empezaron a sonar los acordes de la marcha nupcial, los asistentes se levantaron mirando expectantes hacía la entrada de la iglesia.
—Mi princesa, estás radiante. Le dijo su padre en un susurro. Seguro que los asistentes eran de la misma opinión, pues el murmullo y los ¡Oh! Se escucharon como un coro. Hendrik desde su sitio mantuvo la boca abierta hasta que uno de los padrinos le palmeó el hombro y lo sacó de su ensueño.
El vestido de Isabel elaborado en tafetán de seda, tenía un corpiño ajustado que terminaba en pico, recamado con lentejuelas nacaradas y rematadas con perlas, realzaba su delicado talle. La falda era amplia y terminaba en una cola de tres metros. Para entrar a la iglesia se había cubierto la cabeza con una hermosa chalina de encaje que hacía juego con el vestido.
Había recogido su negra cabellera a un lado en un elegante moño que adornó con una peineta de Gardenias, que eran las predilectas de su amado Hendrik.
El sacerdote bendijo los anillos y a petición de los novios seguidamente se realizó el rito de la arena. Enrique como buen marino siempre que dejaba su patria, para adentrarse en los mares, cargaba una pequeña bolsa de arena de las playas holandesas. Unos días antes había llevado a Isabel a la playa para recoger arena, así ese día vertieron de a poco cada uno la arena en una vasija como símbolo de unión.
— Estamos aquí reunidos para celebrar el amor de Isabel, quien ha llegado hasta aquí más radiante que nunca con su vestido de novia y de Hendrik, quien no ha dejado de mirarla con encanto desde qué entró… Hoy ellos van a unir sus vidas a través de la ceremonia de la arena, como símbolo del tiempo que compartirán de ahora en adelante como pareja. Con esto, cada uno se compromete a entregar lo mejor de sí durante su relación, a escuchar, a ser la voz de aliento para el otro, a caminar con firmeza en medio de los tiempos turbios, y a cultivar, con cada acción, un amor digno y admirable. Ahora, Hendrik e Isabel, los invito para que tomen cada uno el recipiente con la arena que los representa, y lo ponga en este que está vacío… Ahora pueden llevarse este que contiene la fusión de las arenas como símbolo de su compromiso, sus anhelos y sus sueños.
Seguidamente, el padre Carlos Valiente, continuó con el intercambio de los anillos y le entregó las arras de boda a Hendrik, que tomó las trece monedas y las colocó en las manos abiertas de Isabel diciendo:
— Yo Hendrik, te entrego estas doce monedas como símbolo de la ayuda mutua por cada mes del año y una más para la caridad y ayuda a los necesitados. Que sean prenda de la bendición de Dios. Amén
— Yo Isabel, las recibo como símbolo de la ayuda mutua por cada mes del año y una más para la caridad y ayuda a los necesitados. Que sean prenda de la bendición de Dios. Amén.
Y así tras la bendición del sacerdote, unieron sus vidas Hendrik e Isabel Everzt, hasta que la muerte los separó.
Vivieron muchos años, trajeron al mundo a Jacobo, Miguel, Pedro y a la pequeña Elizabeth, de quienes sabremos más en otros relatos.
Alcanzaron a conocer a muchos nietos, Hendrik sobrevivió a Elizabeth algunos años, pero era un amor tan grande que pronto fue a hacerle compañía a su ángel terrenal.

© María Vives.


4 comentarios:

  1. Precioso relato, nuy bien ambientado y con inas descripciones que nos trasladan al lugar de la ceremonia. Me ga gustado mucho, María

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    1. Gracias, Mariángeles. Me satisface que te gustara. Vamos a ver si completo la Saga. Creo que valdrá la pena. Fuerte abrazo.

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