miércoles, 17 de marzo de 2021




         CONOCIENDO A DOS GRANDES


Las dos chicas se habían volado de la escuela, Lía no acostumbraba a hacerlo, pero Olga era dominante y la obligaba a ir con ella. No hacían
 Las dos chicas se habían volado de la escuela, Lía no acostumbraba a hacerlo, pero Olga era dominante y la obligaba a ir con ella. No hac nada que no hiciera una chiquilla de 13 años. Iban a mirar vitrinas a la Avenida Kennedy, que en aquel entonces era la zona rosa de la ciudad, entraban a mirar a los muchachos que se reunían en el estadio de baloncesto, siempre riendo y haciendo bromas y casi siempre, terminaban en la heladería de los patines. La llamaban así porque los jóvenes de ambos sexos acudían allí con sus patines; pero en realidad se llamaba „Dixie Ice“, ahí se forjaban los idilios más sonados, de las altas esferas de la sociedad de Barranquilla. Ellas solo iban a comerse el rico helado, un cono enorme rebosado de crema de leche, si el dinero no era suficiente para el helado, caminaban un poco más y entraban al supermercado y le zampaban unas cuantas „Piñitas“, unos panecillos de leche azucarados.

Ese era el fin de sus escapes, pasado el medio día, desandaban el camino para tomar el bus de retorno a sus casas, estas salidas solo se daban de vez en cuando y siempre viernes, cuando tenían clases de religión y artes manuales. La seño Rebeca, maestra de religión, se dormía y la mayoría de las niñas también terminaban roncando, con la seño de labores manuales, no se dormían, pero ellas odiaban la labor de ganchillo, así que era el día ideal para sus aventuras.
Aquel viernes de aventuras en el año de 1973, comenzó cuando en la puerta del almacén de Don Julio, encontraron a un niño de unos 8 años vendiendo pirulís y maní en bolsitas del ancho de un dedo.
Lía que conocía el asco por cuenta de su madre, le preguntó al muchachito que quién empacaba el maní en esas bolsitas, a lo que el niño contesto: — mi mamá tuesta el maní y mis hermanitos y yo soplamos las bolsitas y las rellenemos. Lía todavía tenía más preguntas así que prosiguió: — Pero, ¿si tienen gripa, también? En su inocencia el niño respondió: — Claro que sí, no ves que mi mamá no puede hacerlo todo sola. Lía ya sabía que no comería maní y lo más probable era que tampoco comiera los pirulís, pero solo de ver las ropitas remendadas del niño y los zapatos cortados en las punteras, por donde sobresalían unos deditos largos de piel cuarteada y mohosos de polvo, decidió que esa sería su buena obra del día. Olga se adelantó y le dijo al niño:
— Eres muy pequeño para trabajar, ¿no tienes papá?
—Mi papá se fue a otra ciudad porque le ofrecieron un empleo, pero desde entonces no lo hemos vuelto a ver, la vecina le dijo a mi mamá que por allá en los montes, los ricos y el ejército matan a los hombres y después dicen que eran guerrilleros.
—Yo no creo en esos cuentos, el presidente es bueno y el ejército cuida a los ciudadanos, eso lo aprendimos en la clase de Cívica, tú no sabes? dijo en tono de reproche Olga.
—Como voy a saber, si yo debo conseguir la plata para el agua panela y las mogollas.
— Oye, ¿cómo te llamas? Preguntó Lía, mientras Olga le daba un tirón de pelo, diciéndole:
— Bueno mija, ¿nos vamos a quedar todo el día sacándole hasta el carnet de identidad al pelao? Ya ahorita nos tenemos que devolver pa‘la casa y ni helao hemos comío. Apúrate y deja ya al pelaíto en paz, no seas tan chismosa. Y Lía que era medio comunista, le dijo: — Espérate niña, ya nos vamos, déjate de vainas. Y dirigiéndose de nuevo al muchachito: — Ajá, entonces ¿cómo es que te llamas? El niño respondió: — Me llamo Efraín, pero en mi casa me dicen Efra y terminó agregando: —Entonces me van a comprá o no?
A Lía le causó gracia la respuesta del niño y le dijo: — Sí, hombe, te los vamos a comprar todos, ¿cuánto cuesta todo?
El niño pensó que la niña quería tomarle el pelo y con ojos abiertos como platos le dijo: —¿Verdá que los quieres todos? No me vengas con embustes, porque esto cuesta mucha plata, yo creo que son como cinco pesos todo.
Lía con su cara serena y sonriendo como siempre respondió:— No niño, así tenga que pedir limosna te los vamos a comprar toditos. Y dirigiéndose a Olga, dijo: — A vé cuanto tienes tú ahí, porque yo hoy no traigo mucho. Entre ambas alcanzaron a reunir treinta y ocho pesos con sesenta y cinco centavos.
Sentados los tres en el sardinel, Lía y Olga contaban la mercancía y sacaban cuentas, de inmediato notaron que eran mucho más de cinco pesos. Así que apartaron lo de los helados y el transporte de regreso a sus casas y Olga dijo al chiquillo: — Mira Efra, en realidad tus dulces cuestan más de lo que nos dices, pero te vamos a dar esto para que ya vuelvas a tu casa y tu mamá pueda hacer algo rico para comer. El niño nunca había visto tanto dinero junto, con temor a que las niñas se fuesen a arrepentir y mirando con desconfianza comentó: — Bueno, mira que me dieron esta plata por propio gusto, ahora no me vayan a perseguí ni me echen a la policía, porque yo nunca le he robao un peso a nadien. Además al que da y quita se lo lleva la mariquita. Esta vez la que habló fue Lía:
— No te preocupes Efra, negocio es negocio. Dime una cosa, ¿de verdad tú no vas a la escuela? La pregunta sacó al niño de sus pensamientos y con mucha tristeza contestó: — N‘ombre, ¿cómo voy a ir? Mi mamá lava ropa ajena en la casa, ella no puede salir, porque tiene una pierna enferma la vecina dice que es arisepela o algo así. Así que como soy el hombre de mi casa, yo tengo que buscá pa‘la papa, si no nos murimos d‘ambre. Al escuchar la respuesta a las niñas les rodaron por las mejillas lágrimas que no pudieron contener. Así que casi al unísono le preguntaron si le gustaría estudiar. El chico respondió con un gesto afirmativo de su cabeza:— Claro que sí me gustaría, yo quisiera ser ingeniero pa‘cerle una casita a mi mamá y a mis hermanitos, pero es solo un sueño, en este país, los pobres no podemos estudiar. Lía viendo la triste vida de aquel niño dijo:
— Efra, siento mucho que tu mamá tenga erisipela, he oído que es una enfermedad muy difícil de curar, dime ¿tú vienes todos los días a este lugar? Nosotras te vamos a ayudar, hablaremos con nuestras maestras, para ver como te ayudamos, ¿qué te parece? Con sus ojitos llenos de una esperanza que no duró más de un minuto, contesto: — Ojalá fuera así de fácil, pero nosotros semos pobres.
— Mira Efra, por lo pronto alégrate, hoy volverás pronto a la casa y tus hermanitos se alegrarán. Ahora te invitamos a comer un helado, ¿cómo la ves?
— No, mejor me voy a mi casa, para que mis hermanos puedan comer algo.
— Bueno, ¿qué te parece si nosotras vamos volando y te traemos un helado y nos vamos juntos a la parada del bus? Y sin darle tiempo a responder, las dos chicas se fueron corriendo a buscar el helado para ellas y su nuevo amiguito.
Atravesando la calle del parque, Lía reconoció a un señor que era un periodista muy conocido por las crónicas que escribía en el periódico de la ciudad, estaba sentado en la terraza de una refresquería que se llamaba "El Mediterráneo". El señor que no era otro que Juan Gossaín, estaba reunido con otros señores, que seguramente también serían periodistas. A la niña se le ocurrió una idea relámpago y tirando de la mano a su amiga se acercaron a la terraza y desde la acera, con voz suficientemente alta saludo al hombre: — Buenos días señor Gossaín, ¿podemos hablar con usted un minuto? Un hombre con un bigote como la brocha de la propaganda de Pintuco, que estaba sentado al lado del periodista, haciéndoles señas para que se acercaran, dijo con una sonrisa franca dibujada debajo de su bigote de brocha: — No irán a hablar desde la acera pelaítas, suban que don Juan hoy firma autógrafos. Ese señor bigotón lo reconocerían años después a través de la Prensa, era nada más y nada menos que Gabriel García Márquez, quién ganaría el premio Nobel en 1982.
Juan Gossaín, escucho atento la historia que rápidamente contaban las niñas y les dijo: — Claro, ¿dónde está el niño?
— Allí en la puerta del Ley, venga vamos, ayúdelo.
A la mañana siguiente en la primera plana, a cuatro columnas como era costumbre con las Crónicas de Juan Gossaín en el periódico El Heraldo, apareció la foto de Efraín Barrios bajo el título: "Efraín si irá a la escuela", en otra foto Efraín con su mamá y hermanitos en la puerta de una casa de cartón con techo de latón, el pie de foto decía: "Efraín y su familia, pronto tendrán una casa digna."
Hoy después de casi 50 años Don Juan Gossaín no recordará este episodio de su vida periodística y el maestro de maestros, nuestro premio Nobel, se fue a la tumba y de aquellas dos chiquillas temerarias ni el nombre supo.
 ©María Vives.


*Imagenes tomadas de la Red.

  REMINISCENCIAS Recuesto mi cabeza en tu regazo, acaricias mi cabello como cuando era una niña pequeña. Cierro mis ojos y mi memoria retroc...