Pastel - Acryl sobre lienzo 30 x 20 M. Vives
Muerte en la pensión de las vizcondesas
III
El
31 de diciembre de 1934, tres años después del asesinato de
Savannah, las hermanas Coburgo-Gotha, organizaron un evento de fin de
año, al que fueron invitados los más sobresalientes miembros de la
sociedad Barranquillera, que era casi como decir toda la colonia
árabe.
Las mujeres llegaron luciendo sus mejores y más
lujosos atuendos, mostrando el boato de aquella raza, solo Lamya,
llegó vestida con un esmoquin muy varonil, su cabello cortado al
rape y sus labios pintados de un rojo intenso. La pajarita de su
vestido tenía un remate muy original. Cuando Euggen se acercó a dar
la bienvenida a los invitados, sin querer sus ojos quedaron fijos en
el broche que remataba el corbatín de Lamya, era un ónix engastado
en una base de oro y tenía un zafiro en el centro.
Tomó
a Lamya del brazo y le dijo: — Te quiero presentar a unos amigos
que llegaron de la capital, ellos llegaron con nosotros en el Prinz
August en 1918. Después de las presentaciones, les dejó y se fue a
buscar a su hermana. La encontró en el comedor principal, saliendo
de la cocina, menos mal sola.
— Maggi, creo que ya sé
quién asesinó a Savannah. Maggi abrió los ojos extrañada y
preguntó:
— ¿De que estás hablando?, por más
pesquisas que hizo el comisario Salvatore, nunca pudo encontrar a los
culpables y tú vienes ahora así como si te hubiese iluminado el
espíritu santo, que ya sabes quien es el culpable. ¿Te has vuelto
loca?
— Tienes que escucharme, acabo de ver algo que
hace juego con la mancorna que encontramos en la mano de Savannah.
Maggi quedó paralizada. Después de un par de segundos reaccionó,
tomando a su hermana por el codo y llevándola casi en volandas a la
biblioteca. Entraron y cerrando la puerta, puso un dedo en sus labios
para indicar que debía bajar el volumen de voz en lo posible.
—
¿Estás segura de lo que viste?
— Nunca podré
borrar ese recuerdo de mi mente, me ha perseguido todos estos años y
cada vez que miraba a un hombre buscaba con mi vista sus mancornas o
su pisa corbatas y hoy lo he visto. Lo lleva la hermana de Alex, la
lesbiana, Lamya.
— Hemos esperado tres largos años,
cumpliremos con el juramento que hicimos en la tumba de nuestra
hermanita. Por ahora, vamos a tranquilizarnos, volvamos a la fiesta.
Tú ya no harás más nada, a partir de ahora me encargo yo.
Se
acercaron al grupo donde había dejado Euggen a Lamya, Maggi se
integró a la conversación mientras su hermana se fue a atender a otros
invitados, como habían acordado.
Maggi, miró con
interés el remate de la pajarita de Lamya y de inmediato reconoció
el sello. Directamente, se acercó al oído de la mujer y le
susurro:
— Que lindo el remate de tu corbatín, ese
ónix hace juego perfecto con tus ojos y tu cabello.
— ¡Oh!
Es de mi hermano Alex, lo he tomado sin su consentimiento, así que
mejor no lo comentes en voz alta que seguro me gano una buena
regañina de su parte.
— No, como se te ocurre, claro
que no voy a hacer algo como eso. Además sabes lo que me encantas. Y
vendrás a visitarme un día con menos ropa ¿Si?
— Claro
me encantaría pasar un día en la piscina contigo, charlando y
contándote del internado en Suiza y las cosas que allí he vivido.
Lástima que mi madre no quiere que regrese a Europa, dice que hay
vientos de guerra, que ese señor Hitler no traerá nada bueno al
mundo europeo. Así que nos veremos con mucha frecuencia tú y yo, tú
también me gustas, me gustan las mujeres mayores, porque no tienen
temor a nada.
— Sí, tienes razón, no tememos a nada
ni a nadie, por mucho poder que tengan los otros. Nos vamos a
divertir mucho, ya lo verás. La última frase la dijo mirándola a
los ojos y lamiendo sus labios semi abiertos con la punta húmeda de
su lengua. La chica reaccionó al dar media vuelta, puso su mano
cálida en la entrepierna de Maggi y rozando con la otra el pecho de
la mujer, como si hubiese sido un accidente… fortuito.
Era
la madrugada del sábado de carnaval de 1935, en este paraíso
todavía no se sentía el clamor de la guerra que se aproximaba, solo llegaban
ecos lejanos, como si de otro mundo se tratara. El sábado Maggi y
Euggen habían tenido una fiesta por todo lo alto, sus invitados
especiales, Alex, Guala, Chadid y Lamya. Cuando el resto de invitados
se hubo ido, al igual que los empleados, ellos se fueron a los jardines que rodeaban la piscina
se desnudaron, salieron a relucir las pipas de opio y ahora había hachís, una
novedad que había traído Chadid de su último viaje a la China,
donde se había ido a la semana del asesinato de Savannah.
Maggi,
subió a la cocina y trajo bebidas refrescantes para todos, té de
jazmín, para ir a tono con la noche de China, la noche sería muy
roja.
Epílogo
A la mañana siguiente no había rastro de la *fumata que se había vivido en aquel jardín, solo había seis cuerpos
ensangrentados, dispersos en el jardín cuatro muertos y dos heridos.
Giuseppe Salvatore, no logró resolver el extraño caso, se alegraba de que por lo menos había dos sobrevivientes de aquel horrendo crimen; las hermanas Coburgo-Gotha.
La pensión siguió funcionando, la publicidad de la entidad de Turismo se basaba en el cruento asesinato multiple allí acaecido un sábado de carnaval, el morbo de los turistas era más grande que la razón.
©M.Vives.
Vaya peligro las hermanitas. Y esperaron nada menos que tres años, ya lo dicen que la venganza es un plato que se sirve frío.
ResponderBorrarMuy bueno, María. Un abrazo
Gracias, gracias Mariángeles. La verdad es que este plato estuvo bien frío. Lo hicieron tan bien que jamás sospecharon de ellas.
Borrar