Muerte en la pensión de las vizcondesas
I
Las
guerras no son buenas, ni siquiera las guerras de almohadas en la
casa de la tía Leandra, esas menos diría mi maestra; porque se
prestan para que los muchachos se vuelvan maricones.
Sin
embargo la primera guerra mundial, que fue tan mala; aunque menos
mala que la segunda, obligó a muchos extranjeros a venirse al sur
del mundo, buscando en los llamados países neutrales; paz y sosiego
para sus familias.
Esa
horrible guerra marcó un hito para aquella ciudad a orillas del Mar
Caribe. Esa maravillosa ciudad, joven y próspera que se convirtió
en pionera de Colombia, en muchos campos cuando no en todos, desde la
aviación, servicios, proyectos urbanísticos, hotelería, turismo y
mucho más.
Fueron
muchos los que llegaron desde lejanos lugares y se asentaron allí,
desembarcando en aquel puerto, que tenía el muelle más largo que
hasta la fecha existía. Diseñado y construido por Francisco Javier
Cisneros, un joven ingeniero cubano en 1893.
En
1915, cuando la primera guerra estaba en su apogeo, un submarino
Alemán destruye el Lusitania de los Estados unidos, como
consecuencia, en abril de 1917, Washington le declaró la guerra al
Imperio Alemán y sus aliados.
En
1918, el lujoso crucero alemán Prinz August Wilhelm comandado por
Paul Thierfelder que había salido clandestinamente de la Coruña en
España un mes y medio antes y se dirigía a su puerto final en
Barranquilla, Colombia; comenzó a ser acosado por la flotilla gringa
a la altura de Panamá, tenía órdenes de no permitir que las tropas
estadounidenses se tomaran ninguna nave Alemana, antes se prefería
que las hundieran. Esto fue lo que hizo el comandante, después de
bajar los salvavidas y enviar a la tripulación y a los menos de 70
pasajeros que venían huyendo de la guerra y sus horrores a la costa
Barranquillera; hacia el muelle de Puerto Colombia, cumplió con su
deber incendiando el Vapor que había sido inaugurado apenas en 1903.
La orden de destruir al barco había llegado desde el Imperio
Alemán.
El
arribo al muelle no fue tan glamuroso como las damas habrían
esperado, pero se sentían a salvo en territorio neutral.
Entre
los pasajeros clandestinos, venían alemanes, españoles,
portugueses, italianos y tres inglesas pertenecientes a la
realeza.
Todos
sentaron sus bases en Barranquilla, y levantaron industrias que
florecieron con el tiempo. Las tres hermanas inglesas que llegaron
en el grupo, habían pagado un muy alto precio por sus cupos en el
vapor, por ser inglesas y enemigas, pero nadie excepto uno de los
marinos tenía conocimiento del hecho, pues él las había camuflado
como irlandesas que estaban radicadas en Bayern, casi desde su
nacimiento y por tanto se consideraban alemanas. En realidad habían
nacido en Londres y sus padres, él un vizconde y la madre una dama
de la corte, que habían muerto a causa de la peste, creyendo que
había sido una neumonía hacía un año y les habían dejado una
fortuna considerable, de la que vivirían por el resto de su vida.
Al
estallar la guerra, las cuatro hermanas decidieron huir inicialmente
a España, pero allí todavía estaban en peligro. Así que cuando se
enteraron de los viajes clandestinos del vapor, decidieron correr el
riesgo. Fue así como las cuatro audaces, terminaron embarcadas en el
Prinz August Wilhelm y le entregaron sus propiedades a aquel
ambicioso marinero como pago por traerlas a Sur América.
Después
de incendiar el barco frente a las costas Colombianas, el comandante
Thierfelder llegó a nado hasta el muelle, ya que los dos marinos que
le ayudaron a prender el fuego, quedaron atrapados dentro del barco y
explotaron junto con la nave, la barcaza que tenía destinada para
llegar hasta el muelle, fue consumida por el fuego a causa de las
chispas que se desprendieron de la explosión. Como en la vida la
ambición suele cobrarse un precio muy alto, resultó que uno de los
acompañantes del comandante, era el joven al que las hermanas
Coburgo-Gotha le
habían entregado sus propiedades en Londres. Así que la fortuna
regresó a sus verdaderas dueñas.
Las
señoritas Coburgo-Gotha, inicialmente querían llegar a Argentina,
pero en vista de las circunstancias, decidieron quedarse un tiempo en
Barranquilla, para visitar las otras ciudades vecinas, que tenían
realce turístico, Santa Marta, que era conocida porque ahí había
muerto el Libertador Simón Bolívar y Cartagena de Indias, con sus
hermosas murallas y todo aquel «flow»
tan español. Finalmente en 1921, después de haber ido de un lado
para otro, buscando un asentamiento, donde poder emprender algo que
produjera y multiplicara su fortuna, las hermanas decidieron sentar
sus bases en Barranquilla, que ya en aquel entonces era llamada
«Pórtico
Dorado de la República de Colombia».
Las
hermanas decidieron abrir una pensión que fuera elegante y
acogedora. Iniciaron su empresa en un lugar que hoy día sería casi
romántico para los amantes de modernidad mezclada con elementos
étnicos, pero con el tiempo se dieron cuenta de que no era lo que
ellas deseaban. Ellas querían entrar en sociedad, por sus títulos
de nobles, consideraban que debían pertenecer a la élite, que en
aquel entonces era bastante incipiente en la ciudad.
Optaron
por comprar una mansión que había pertenecido a un famoso
ingeniero. Era el lugar ideal, estaban en el mejor sector de la
ciudad, así comenzó la nueva era de la Pensión de las
vizcondesas.
Margarethe, Savannah y Euggen, llevaban una
vida bastante licenciosa. Por los salones de la pensión no solo se
paseaban los huéspedes que llegaban atraídos por la hermosura de la
edificación y la calidad del servicio de acuerdo a la guía de
turismo, sino también personajes de renombre en la ciudad pero de
dudosa reputación, que a pesar de poseer grandes fortunas, también
se habían visto envueltos en situaciones ilícitas, pero que
quedaban bajo la alfombra de dinero, sin embargo el pueblo sabía
quienes eran, pero nada podía hacer porque aquellos eran los
poderosos, casi todos árabes, dueños de boticas, mercados de
aprovisionamiento y además manejaban las apuestas y el mercado del
opio y otros alucinógenos.
En las bacanales que ocurrían
a puerta cerrada en aquella lujosa pensión, tomaban parte también
amigas de las tres hermanas, que aunque algunas eran casadas con
prestantes personajes de la ciudad, también estaban fascinadas con
aquellos árabes de ojos lascivos y manos necias, que les daban el
placer que no les daban sus maridos y las hacían viajar envueltas en
polutas de humo de opio a lugares fantásticos e
insospechados.
Savannah, gustaba del que se hacía llamar Alex, pero su verdadero nombre era Alles-Asin * el injusto y corrupto. Más el corazón de la chica tenía dueño.
La relación surgió como surgen las
desgracias, Savannah, la menor de las hermanas Coburgo-Gotha se
sintió atraída por aquellos ojos oscuros, que desbordaban deseo a
la vista de la hermosa chica.
Era noche cerrada, Savannah
había recibido un recado, subió a su habitación se vistió muy
seductora, para su propio gusto, pero era lo que él había escrito,
quería que pareciera una diva, esa noche pasaría algo muy especial.
Salió sin que sus hermanas
la vieran, la esperaba un lujoso coche tirado por un par de corceles
árabes tan negros como aquella noche de octubre, olía a agua
llovida y de los azahares florecidos del jardín, emanaba un aroma
que presagiaba algo a lo que no podría darle nombre.
Llegando
al muelle dos hombres, la ayudaron a bajar del coche y casi en
volandas la llevaron al faro, donde aquella sombra la esperaba.
—
Hola, mujer divina, esta será nuestra noche. Savannah tenía los
ojos como platos:
— Pero… ¿Tú? ¿Qué significa
esto?
— No era a mí a quién esperabas, eso está
claro, pero tú sabes que yo soy el que te desea y soy tu
dueño, no estoy dispuesto a compartirte con nadie. ¡Con nadie! ¿Te
quedó claro? Hizo una señal a los dos hombres, que a la orden
hicieron girones el sensual atuendo de la mujer y salieron de la
habitación.
Continuará...
© M. Vives
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