viernes, 25 de junio de 2021

                                                  Pastel - Acryl sobre lienzo 30 x 20 M. Vives
 

                     Muerte en la pensión de las vizcondesas 

                                                    I

Las guerras no son buenas, ni siquiera las guerras de almohadas en la casa de la tía Leandra, esas menos diría mi maestra; porque se prestan para que los muchachos se vuelvan maricones.
Sin embargo la primera guerra mundial, que fue tan mala; aunque menos mala que la segunda, obligó a muchos extranjeros a venirse al sur del mundo, buscando en los llamados países neutrales; paz y sosiego para sus familias.
Esa horrible guerra marcó un hito para aquella ciudad a orillas del Mar Caribe. Esa maravillosa ciudad, joven y próspera que se convirtió en pionera de Colombia, en muchos campos cuando no en todos, desde la aviación, servicios, proyectos urbanísticos, hotelería, turismo y mucho más.
Fueron muchos los que llegaron desde lejanos lugares y se asentaron allí, desembarcando en aquel puerto, que tenía el muelle más largo que hasta la fecha existía. Diseñado y construido por Francisco Javier Cisneros, un joven ingeniero cubano en 1893.
En 1915, cuando la primera guerra estaba en su apogeo, un submarino Alemán destruye el Lusitania de los Estados unidos, como consecuencia, en abril de 1917, Washington le declaró la guerra al Imperio Alemán y sus aliados.
En 1918, el lujoso crucero alemán Prinz August Wilhelm comandado por Paul Thierfelder que había salido clandestinamente de la Coruña en España un mes y medio antes y se dirigía a su puerto final en Barranquilla, Colombia; comenzó a ser acosado por la flotilla gringa a la altura de Panamá, tenía órdenes de no permitir que las tropas estadounidenses se tomaran ninguna nave Alemana, antes se prefería que las hundieran. Esto fue lo que hizo el comandante, después de bajar los salvavidas y enviar a la tripulación y a los menos de 70 pasajeros que venían huyendo de la guerra y sus horrores a la costa Barranquillera; hacia el muelle de Puerto Colombia, cumplió con su deber incendiando el Vapor que había sido inaugurado apenas en 1903. La orden de destruir al barco había llegado desde el Imperio Alemán.
El arribo al muelle no fue tan glamuroso como las damas habrían esperado, pero se sentían a salvo en territorio neutral.
Entre los pasajeros clandestinos, venían alemanes, españoles, portugueses, italianos y tres inglesas pertenecientes a la realeza.
Todos sentaron sus bases en Barranquilla, y levantaron industrias que florecieron con el tiempo. Las tres hermanas inglesas que llegaron en el grupo, habían pagado un muy alto precio por sus cupos en el vapor, por ser inglesas y enemigas, pero nadie excepto uno de los marinos tenía conocimiento del hecho, pues él las había camuflado como irlandesas que estaban radicadas en Bayern, casi desde su nacimiento y por tanto se consideraban alemanas. En realidad habían nacido en Londres y sus padres, él un vizconde y la madre una dama de la corte, que habían muerto a causa de la peste, creyendo que había sido una neumonía hacía un año y les habían dejado una fortuna considerable, de la que vivirían por el resto de su vida.
Al estallar la guerra, las cuatro hermanas decidieron huir inicialmente a España, pero allí todavía estaban en peligro. Así que cuando se enteraron de los viajes clandestinos del vapor, decidieron correr el riesgo. Fue así como las cuatro audaces, terminaron embarcadas en el Prinz August Wilhelm y le entregaron sus propiedades a aquel ambicioso marinero como pago por traerlas a Sur América.
Después de incendiar el barco frente a las costas Colombianas, el comandante Thierfelder llegó a nado hasta el muelle, ya que los dos marinos que le ayudaron a prender el fuego, quedaron atrapados dentro del barco y explotaron junto con la nave, la barcaza que tenía destinada para llegar hasta el muelle, fue consumida por el fuego a causa de las chispas que se desprendieron de la explosión. Como en la vida la ambición suele cobrarse un precio muy alto, resultó que uno de los acompañantes del comandante, era el joven al que las hermanas Coburgo-Gotha le habían entregado sus propiedades en Londres. Así que la fortuna regresó a sus verdaderas dueñas.
Las señoritas Coburgo-Gotha, inicialmente querían llegar a Argentina, pero en vista de las circunstancias, decidieron quedarse un tiempo en Barranquilla, para visitar las otras ciudades vecinas, que tenían realce turístico, Santa Marta, que era conocida porque ahí había muerto el Libertador Simón Bolívar y Cartagena de Indias, con sus hermosas murallas y todo aquel «flow» tan español. Finalmente en 1921, después de haber ido de un lado para otro, buscando un asentamiento, donde poder emprender algo que produjera y multiplicara su fortuna, las hermanas decidieron sentar sus bases en Barranquilla, que ya en aquel entonces era llamada «Pórtico Dorado de la República de Colombia».
Las hermanas decidieron abrir una pensión que fuera elegante y acogedora. Iniciaron su empresa en un lugar que hoy día sería casi romántico para los amantes de modernidad mezclada con elementos étnicos, pero con el tiempo se dieron cuenta de que no era lo que ellas deseaban. Ellas querían entrar en sociedad, por sus títulos de nobles, consideraban que debían pertenecer a la élite, que en aquel entonces era bastante incipiente en la ciudad.
Optaron por comprar una mansión que había pertenecido a un famoso ingeniero. Era el lugar ideal, estaban en el mejor sector de la ciudad, así comenzó la nueva era de la Pensión de las vizcondesas.
Margarethe, Savannah y Euggen, llevaban una vida bastante licenciosa. Por los salones de la pensión no solo se paseaban los huéspedes que llegaban atraídos por la hermosura de la edificación y la calidad del servicio de acuerdo a la guía de turismo, sino también personajes de renombre en la ciudad pero de dudosa reputación, que a pesar de poseer grandes fortunas, también se habían visto envueltos en situaciones ilícitas, pero que quedaban bajo la alfombra de dinero, sin embargo el pueblo sabía quienes eran, pero nada podía hacer porque aquellos eran los poderosos, casi todos árabes, dueños de boticas, mercados de aprovisionamiento y además manejaban las apuestas y el mercado del opio y otros alucinógenos.
En las bacanales que ocurrían a puerta cerrada en aquella lujosa pensión, tomaban parte también amigas de las tres hermanas, que aunque algunas eran casadas con prestantes personajes de la ciudad, también estaban fascinadas con aquellos árabes de ojos lascivos y manos necias, que les daban el placer que no les daban sus maridos y las hacían viajar envueltas en polutas de humo de opio a lugares fantásticos e insospechados.
Savannah, gustaba del que se hacía llamar Alex, pero su verdadero nombre era Alles-Asin * el injusto y corrupto. Más el corazón de la chica tenía dueño.
La relación surgió como surgen las desgracias, Savannah, la menor de las hermanas Coburgo-Gotha se sintió atraída por aquellos ojos oscuros, que desbordaban deseo a la vista de la hermosa chica.
Era noche cerrada, Savannah había recibido un recado, subió a su habitación se vistió muy seductora, para su propio gusto, pero era lo que él había escrito, quería que pareciera una diva, esa noche pasaría algo muy especial.
Salió sin que sus hermanas la vieran, la esperaba un lujoso coche tirado por un par de corceles árabes tan negros como aquella noche de octubre, olía a agua llovida y de los azahares florecidos del jardín, emanaba un aroma que presagiaba algo a lo que no podría darle nombre.
Llegando al muelle dos hombres, la ayudaron a bajar del coche y casi en volandas la llevaron al faro, donde aquella sombra la esperaba.
Hola, mujer divina, esta será nuestra noche. Savannah tenía los ojos como platos:
Pero… ¿Tú? ¿Qué significa esto?
No era a mí a quién esperabas, eso está claro, pero tú sabes que yo soy el que te desea y soy tu dueño, no estoy dispuesto a compartirte con nadie. ¡Con nadie! ¿Te quedó claro? Hizo una señal a los dos hombres, que a la orden hicieron girones el sensual atuendo de la mujer y salieron de la habitación.

Continuará...
© M. Vives

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